Héctor Mondragón
Las utilidades de las grandes empresas aumentaron más del 20 por ciento en 2004 en Colombia. Los bancos batieron el record de ganancias. Las acciones duplicaron sus precios en la Bolsa de Valores. La concentración de la propiedad de la tierra se consolidó tras años de violencia.
Se entiende entonces que haya quienes esperen que el presidente Uribe Vélez sea reelegido. Ello no tiene nada que ver con la lucha contra la guerrilla, que resurge, al contrario de las promesas y pronósticos. Lo que impulsa la reelección es el bienestar sin precedentes de los ricos y la necesidad de Estados Unidos de imponer el Tratado de Libre Comercio, sea como sea y contra quien sea.
¿Qué tanto eco tiene entre el pueblo llano la propuesta reeleccionista? La economía de los de abajo no está de pláceme. El consumo de los hogares creció menos que la población, lo que significa que el consumo per cápita disminuyó a pesar de la cantada reactivación económica. El pueblo come menos que antes, mientras la plutocracia festeja y jura que " nunca habíamos estado tan bien".
Ni las más divulgadas encuestas ni los más sofisticados asesores de imagen del gobierno, pagados con dineros del Plan Colombia, pueden ocultar la realidad de la polarización social que ya se expresó en las elecciones del 2003 y le costó a Uribe el fracaso de su publicitado referendo.
Más profundamente, la bonanza económica revela su carácter de burbuja que puede explotar y desaparecer intempestivamente. Los aumentos en el producto bruto, que apenas alcanzan al 4 por ciento anual, ni siquiera representan la real vitalidad del crecimiento nacional, pues el valor agregado creció apenas el 1 por ciento, debido a que los productos aumentaron escandalosamente su componente importado y redujeron la parte del trabajo nacional.
Así las cosas el gran auge tiene un carácter especialmente especulativo, cuyo escenario principal es la bolsa de valores, su sino es el desborde del dinero y su instrumento los títulos de deuda pública TES, que no solamente se han vendido a todo público, sino que han sido autocomprados con dineros públicos, hasta con fondos del Plan Colombia, lo que constituye irresponsables autopréstamos que preparan la futura crisis.
La economía mundial, reactivada a merced de la guerra de Iraq, se recalienta en la medida en que los precios del barril de petróleo se mantienen sobre los 40 dólares e inclusive han sobrepasado los 50. Comienzan a subir las tasas de interés, cuyo bajo nivel había posibilitado los "milagros" fiscales en Colombia y otros países periféricos. El auge especulativo no podrá mantenerse con el ascenso internacional de las tasas de interés y lo que subió como palma, caerá como coco. Uribe juega entonces a ser Menem y a tratar de ser reelegido antes de que la crisis estalle. Quiere que vote por él quienes lo aplauden arriba de la palma, antes de que la economía del país caiga como coco.
En medio del festín de los empresarios ocurre la noche de rondas de negociación del TLC, donde en tinieblas se prepara el gran golpe de gracia a la agricultura, que la sustituirá en extensas áreas, mediante los megaproyectos como el Plan Puebla Panamá, las represas y la infraestructura regional de Suramérica, por el crecimiento de las rentas del latifundio especulativo y que convertirá a lo que queda de la industria en productora de importaciones, sometida a la propiedad "intelectual" de las trasnacionales, que añade poco valor agregado con mano de obra abaratada y empobrecida por la reforma laboral y el desplazamiento forzado. Proceso que se ha preparado, tanto en la anterior crisis, como en el actual auge, con la trasferencia total o parcial de la propiedad de grandes empresas colombianas al capital trasnacional.
El TLC pretende ser la Constitución política de este cambio nefasto, que consagre los derechos de la inversión y el comercio de las trasnacionales de Estados Unidos, a costa de los derechos colectivos de los colombianos.
Los indígenas del nororiente del Cauca y otros pobladores de los municipios de Toribío, Jambaló, Silvia, Caldono, Paez e Inzá, dieron un ejemplo nacional al celebrar el 6 de marzo pasado la Consulta Popular sobre el TLC, en la cual votaron el 70 por ciento de los ciudadanos, cosa nunca vista antes en las elecciones colombianas ni en las de esos municipios y mucho menos en el referendo de Uribe. Además votaron en urnas separadas los jóvenes de 14 a 18 años, que en la cultura indígena se consideran adultos. El 98 por ciento de los votantes marcó NO al TLC. Esta fue una notable derrota política para los gobiernos de Colombia y Estados Unidos y ya en otros municipios de Cauca, Nariño, Caldas y Tolima se organizan consultas similares y se exige una consulta nacional.
La protesta masiva que se expreso el 18 de mayo de 2004 en Cartagena contra el TLC, luego en la Minga indígena de septiembre 13 a 18, y el paro nacional y marchas del 12 de octubre, resurge en el 2005 con las marchas contra el TLC del 10 de febrero; el 7 de abril se hará sentir en el Acto de Indignación contra el acuerdo con los paramilitares y la impunidad y será nuevamente multitudinaria el primero de mayo. La CUT y las otras centrales estudian la realización de un paro nacional, contra la reforma laboral, el TLC, las privatizaciones y las alzas que devoran el presupuesto familiar (educación, salud, IVA, electricidad, agua).
El movimiento de masas tiene la palabra. Es gracias a él, que el erario público aun puede recibir los cuantiosos ingresos de Ecopetrol o la Empresa de Teléfonos de Bogotá. Va a defender los derechos populares y nacionales y quiere expresarse políticamente para recuperar lo que han quitado a los trabajadores y campesinos, a punta de asesinar a los dirigentes y desplazar a la población. Ahora las masacres contra la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y las amenazas a líderes tratan de detener la movilización popular, pero aun así, ésta se despliega y la lucha contra la reelección de Uribe será también la lucha por un gobierno que exprese la resistencia de la nación y del pueblo trabajador, la defensa de la diversidad cultural y los recursos naturales. Colombia ha empezado a incorporarse a la corriente latinoamericana.
Se entiende entonces que haya quienes esperen que el presidente Uribe Vélez sea reelegido. Ello no tiene nada que ver con la lucha contra la guerrilla, que resurge, al contrario de las promesas y pronósticos. Lo que impulsa la reelección es el bienestar sin precedentes de los ricos y la necesidad de Estados Unidos de imponer el Tratado de Libre Comercio, sea como sea y contra quien sea.
¿Qué tanto eco tiene entre el pueblo llano la propuesta reeleccionista? La economía de los de abajo no está de pláceme. El consumo de los hogares creció menos que la población, lo que significa que el consumo per cápita disminuyó a pesar de la cantada reactivación económica. El pueblo come menos que antes, mientras la plutocracia festeja y jura que " nunca habíamos estado tan bien".
Ni las más divulgadas encuestas ni los más sofisticados asesores de imagen del gobierno, pagados con dineros del Plan Colombia, pueden ocultar la realidad de la polarización social que ya se expresó en las elecciones del 2003 y le costó a Uribe el fracaso de su publicitado referendo.
Más profundamente, la bonanza económica revela su carácter de burbuja que puede explotar y desaparecer intempestivamente. Los aumentos en el producto bruto, que apenas alcanzan al 4 por ciento anual, ni siquiera representan la real vitalidad del crecimiento nacional, pues el valor agregado creció apenas el 1 por ciento, debido a que los productos aumentaron escandalosamente su componente importado y redujeron la parte del trabajo nacional.
Así las cosas el gran auge tiene un carácter especialmente especulativo, cuyo escenario principal es la bolsa de valores, su sino es el desborde del dinero y su instrumento los títulos de deuda pública TES, que no solamente se han vendido a todo público, sino que han sido autocomprados con dineros públicos, hasta con fondos del Plan Colombia, lo que constituye irresponsables autopréstamos que preparan la futura crisis.
La economía mundial, reactivada a merced de la guerra de Iraq, se recalienta en la medida en que los precios del barril de petróleo se mantienen sobre los 40 dólares e inclusive han sobrepasado los 50. Comienzan a subir las tasas de interés, cuyo bajo nivel había posibilitado los "milagros" fiscales en Colombia y otros países periféricos. El auge especulativo no podrá mantenerse con el ascenso internacional de las tasas de interés y lo que subió como palma, caerá como coco. Uribe juega entonces a ser Menem y a tratar de ser reelegido antes de que la crisis estalle. Quiere que vote por él quienes lo aplauden arriba de la palma, antes de que la economía del país caiga como coco.
En medio del festín de los empresarios ocurre la noche de rondas de negociación del TLC, donde en tinieblas se prepara el gran golpe de gracia a la agricultura, que la sustituirá en extensas áreas, mediante los megaproyectos como el Plan Puebla Panamá, las represas y la infraestructura regional de Suramérica, por el crecimiento de las rentas del latifundio especulativo y que convertirá a lo que queda de la industria en productora de importaciones, sometida a la propiedad "intelectual" de las trasnacionales, que añade poco valor agregado con mano de obra abaratada y empobrecida por la reforma laboral y el desplazamiento forzado. Proceso que se ha preparado, tanto en la anterior crisis, como en el actual auge, con la trasferencia total o parcial de la propiedad de grandes empresas colombianas al capital trasnacional.
El TLC pretende ser la Constitución política de este cambio nefasto, que consagre los derechos de la inversión y el comercio de las trasnacionales de Estados Unidos, a costa de los derechos colectivos de los colombianos.
Los indígenas del nororiente del Cauca y otros pobladores de los municipios de Toribío, Jambaló, Silvia, Caldono, Paez e Inzá, dieron un ejemplo nacional al celebrar el 6 de marzo pasado la Consulta Popular sobre el TLC, en la cual votaron el 70 por ciento de los ciudadanos, cosa nunca vista antes en las elecciones colombianas ni en las de esos municipios y mucho menos en el referendo de Uribe. Además votaron en urnas separadas los jóvenes de 14 a 18 años, que en la cultura indígena se consideran adultos. El 98 por ciento de los votantes marcó NO al TLC. Esta fue una notable derrota política para los gobiernos de Colombia y Estados Unidos y ya en otros municipios de Cauca, Nariño, Caldas y Tolima se organizan consultas similares y se exige una consulta nacional.
La protesta masiva que se expreso el 18 de mayo de 2004 en Cartagena contra el TLC, luego en la Minga indígena de septiembre 13 a 18, y el paro nacional y marchas del 12 de octubre, resurge en el 2005 con las marchas contra el TLC del 10 de febrero; el 7 de abril se hará sentir en el Acto de Indignación contra el acuerdo con los paramilitares y la impunidad y será nuevamente multitudinaria el primero de mayo. La CUT y las otras centrales estudian la realización de un paro nacional, contra la reforma laboral, el TLC, las privatizaciones y las alzas que devoran el presupuesto familiar (educación, salud, IVA, electricidad, agua).
El movimiento de masas tiene la palabra. Es gracias a él, que el erario público aun puede recibir los cuantiosos ingresos de Ecopetrol o la Empresa de Teléfonos de Bogotá. Va a defender los derechos populares y nacionales y quiere expresarse políticamente para recuperar lo que han quitado a los trabajadores y campesinos, a punta de asesinar a los dirigentes y desplazar a la población. Ahora las masacres contra la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y las amenazas a líderes tratan de detener la movilización popular, pero aun así, ésta se despliega y la lucha contra la reelección de Uribe será también la lucha por un gobierno que exprese la resistencia de la nación y del pueblo trabajador, la defensa de la diversidad cultural y los recursos naturales. Colombia ha empezado a incorporarse a la corriente latinoamericana.
 
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